Por Clara F. Zapata Tarrés/ Líder de la Liga de La Leche
Comer, beber, amar, ir al baño son actos naturales que mirados desde lo social se transforman en actos culturales. Comemos y bebemos según nuestras herencias culturales e históricas. No comemos cualquier cosa. Lo hacemos según nuestra clase social y escogemos marcas y tipos de alimentos de acuerdo a nuestra cosmovisión, pero también de acuerdo con las influencias que ejerce nuestro alrededor sobre nosotros. Los diferentes tipos de baños que encontramos son bastante variados, los hay con excusados, con un hoyo en el piso, con regaderitas, aire o papel, con bidé. Y, ¿Qué decir de amar? Amamos vestidos, amamos desnudos, amamos románticamente, amamos de pie, dominando, sentados, acostados, amamos aburridos o apasionados y a veces sometidos.
Así, un hecho tan natural como dar pecho puede llegar a discusiones como estas: árduas, profundas, existenciales y culturales. Desde la intimidad sobre las recetas de cómo preparar tu pecho, pasando por las complejas instrucciones del médico, los consejos de la abuela, la hermana, el marido… hasta llegar a la arena pública sobre el tema de lactancia y trabajo, lactancia y derechos o lactancia y elección. Hoy hablamos de lactancia y soledad.
Mi mamá siempre me cuenta que en su infancia su casa estaba llena de amigos, tíos, primos, abuelos y hermanos. Cuando su mamá y su papá tenían que trabajar, siempre había alguien que se quedaba con ella y sus hermanas. Tenían una casa con un jardín y un huerto propio y la pasaban jugando debajo de una parra de uvas mientras el viento se colaba entre las hojas. Si alguna mujer de esa casa daba pecho, era seguro que alguien le daba de comer, la apapachaba y ella se podía dedicar a su bebé.
Hoy, la mayoría de nosotras estamos solas y nuestras casas no tienen ni espacio, ni huerto ni jardín y los amigos, los tíos, primos, abuelos y hermanos estamos separados geográficamente o por necesidades económicas o laborales. La soledad está ahí. No podemos negarla. Respiramos en las cuatro paredes y el viento del desierto emocional se cuela a nuestro corazón. Necesitamos trabajar jornadas larguísimas y ahora nuestros hijos se quedan en una guardería por más de 12 horas, con algún hermano más grande que tuvo que dejar la escuela y, si bien nos va, con su abuelita o alguna vecina que está dispuesta a cuidarlos. Dar pecho en estas condiciones se vuelve casi imposible e incluso inimaginable. Sin embargo, muchas mujeres lo practican y lo disfrutan enormemente. ¿Cómo lo hacen? ¿Cómo se sostienen?
Leida, por ejemplo, es una mujer joven que ha amamantado a su hijo hasta los 3 años. Fue madre adolescente y trabajó en una fábrica como operaria. Su lactancia fue llevada en silencio, con discreción. Aunque en ningún momento sintió la presión por destetar a su bebé, su fortaleza fue su postura segura y clara. No pidió la opinión de nadie y cuando daba pecho, nadie lo notó. Ella es la mirada inteligente que recupera poder para decirle al mundo sin muchas palabras que la lactancia no es chismosa ni necesita demostraciones. Gracias a ello, consiguió que en la fábrica donde trabajaba, le prestaran una sala para extraerse la leche. Platica que el tiempo que estaba con su bebé lo traía colgado, dormía con él y le daba a libre demanda. Lo que también le ayudó mucho fue que en su familia la mayoría de las mujeres habían dado pecho y que eso fue básico para darle la seguridad que ella tiene hoy.
Cuenta que hasta que llegó a un grupo de apoyo fue que se sintió libre y pudo hablar de su lactancia sin prejuicios. Ahí, conoció a mujeres igual que ella, con las mismas inquietudes, retos, dificultades y experiencias de amor. Poco a poco en ese espacio se fueron creando lazos de confianza donde la escucha activa, la palabra pertinente, el respeto ante el silencio y la mirada pacífica tomaron un lugar primordial. Pasaron los meses y la participación de Leida fue cobrando forma hasta que un día dijo que le gustaba ir porque ahí, en ese lugar, nadie la juzgaba.
Así, existen muchas historias, en donde dar pecho, seguramente no es un proceso fácil. Sin embargo, elegir y decidir esta forma de criar a un hijo transforma un entorno a contracorriente. Amamantar a un hijo no tendría que, como algunos argumentan, desplazarnos y excluirnos del mundo laboral o idealizar la maternidad como un proceso romántico sin conflictos. Amamantar en estas condiciones nos ayuda más bien a tener una maternidad sí amorosa, pero mucho más consciente y reflexiva. Amamantar en público, en el trabajo, acceder a un lactario, enfrentar a las miradas pudorosas y/o sexuales, luchar por nuestros derechos laborales y por los de nuestros bebés, luchar porque en los hospitales nos entreguen a nuestros bebés lo más pronto posible, luchar porque nuestras parejas nos ayuden en las tareas cotidianas de la casa para tener nuestros tiempos para amamantar, no tendria porqué ser una mirada tranquila, virginal e idealizada de la maternidad. Asumamos que estamos solas con el objeto de reflexionar y poder cambiar la circunstancia en la que vivimos para construir, también a través de la lactancia, una sociedad igualitaria y con bebés sanos y muy amados. La lactancia es natural pero también es cultural. Así, no estaremos solas y podremos tomar decisiones de manera autónoma que nos permitan generar cambios en nuestra forma de mirar la lactancia.