Paternidad y lactancia: un divino encuentro
Por Roberto Hernández
Te aferraste a Mamá con fruición y con empeño. Tu instinto de supervivencia prevaleció desde ese primer instante cuando, después de llorar al ver la luz del mundo, sentiste el aroma y la calidez del seno materno. Incrédulo mientras tanto, yo cantaba… por decirlo solamente, en apenas un poco más de un intento de voz y quebrado como cristal fino, la letra de aquella melodía que, tantas veces durante tu estancia en el vientre de mamá, escuchaste de mí…
¿Recuerdas cuando, en la visita del viejo abuelo a casa, interrumpimos nuestra serenata nocturna? ¡Apenas un par de noches!… Dejaste de moverte cuando mamá te decía: “- MI Amor! ¡Es papá!, Anda chiquita…!! Salúdalo… muévete princesa…” – y a cambio para mi sólo llegaba la quietud en mi mano y mi ser se estremecía de pena y tristeza…
Aún recuerdo el día que me “perdonaste” cuando escuchando la música en la radio… no pude evitar cantar. ¡Y comenzaste a bailar! Y te toque con el intermedio de la piel que cubría tu saco puro donde aún crecías…
Cuando al fin estuviste con nosotros, nada de lo que me contaron fue verdad. ¡Nunca apareció ese instinto paternal que todos pregonaron! … No llegó…esa sensación de sentirse…papá, papá…al verte salir, atine a tomarte fotos y contar tus dedos… – ¡Son Veinte! – Grité a mamá mientras agradecí a Dios mandarte completa y sana.
Esa noche siguiente, Mamá estaba muy cansada, habían sido 96 horas de trabajo de parto y aun así tuvo fuerzas 16 horas más …. En la hora 17 … 4:30 am… – Después de tu toma de teta – como tú misma la llamas – te pasaste conmigo al sillón contiguo a la cama donde estabas con Mamá. Lentamente te abracé, acaricié tu cara y tus manos. Mi cansancio no se notaba y mis ojos esforzados veían cada pliegue de tu piel y cuerpo y cara… y te adivine hermosa como Mamá…
Dulce, tu respiración se dispersaba en mi pecho, cuando de pronto… y estando sólo tú y yo juntos, sin testigos, sin intermediarios con la noche y Dios como testigo, volteaste a mirarme…. Tu simple mirada calmó el león en mi alma anidada, ese animal alerta e inquieto se revirtió en manso y apacible cordero. Al observarme estiraste tu mano y tocaste mi barbilla… ¡Un relámpago atravesó mi espina y puso mi piel como un acero irrompible!… Me acariciaste un segundo, bajaste tu brazo y te escondiste en mi pecho a dormir… Ahí… escuche un coro celestial y mi corazón se armó de regocijo, mi alma redundante se escapaba del pecho… y sólo ahí, supe lo que es el verdadero amor….
Después, al despertar mamá, loco de contento le reseñé aquel divino encuentro, sonrió mientras te acercaba a su lecho con la idea de alimentarte, – habías despertado y te notabas inquieta – Te aferraste de inmediato y mamá generosa te acurruco en su ser, lento y pausado disfrutaste tu almuerzo y de poco dormitabas en ese ritual mágico y sagrado de la lactancia exclusiva y así fue durante 4 años… donde la generosidad y el amor de mamá, mágicamente se transformaba en ese alimento que calmaba tu sentir, y yo … fui un espectador a veces útil, a veces sumido en el sueño, mientras ella te abrazaba y consentía durante innumerables noches.
Fue entonces que jugamos juntos siempre y te abrace mil veces mientras dormíamos solos tú y yo, contigo sobre mi pecho… y te bañé otras tantas y 5 años después, nos seguimos riendo y salpicando dentro de la cada vez más pequeña bañera que aun no quieres abandonar…
Desde esa primera toma en los minutos iniciales de tu vida… solo pude admirar y amar aquellas dos almas que se unían en un solo ritual de amor y armonía, mientras yo guardián, encontré paz en aquella estampa, encontré luz en la noche oscura, encontré vida en tus ojos negros…. Te amo siempre mucho… mi pedacito de cielo….